13 febrero 2006

accidente

El sábado era uno más. Uno de los cincuenticincomil pelagatos que fueron a ver gratarola a Luis Alberto al Rosedal. Por una de esas desgracias sin suerte, me bajé una parada antes, y tuve que caminar todo un costado del zoológico de Buenos Aires. Como que a mitad de camino me urgió cambiarle el agua a la aceituna, y me apropicué a las rejas de lo que en mi ilusa mente era la jaula de los pavos reales. ¡Craso error! Con el pingo afuera y a medio clorindo, resultó que la jaula no era tal, sino de los lemures, que (ahora lo sé) poseen una natural predisposición a la displicencia cuando son despertados por un chorro de orín humano. Este lemur en particular, al que apodé Lorena, se vio tan afectado por mi ingenua afrenta que asomó los 78 dientes por entre esos mismísimos dos barrotes y me arrancó la cabeza. ¡Zanguango! Justo que la necesitaba para otras cosas. Ebuá. Ahora ando descabezado y mi vida cambió. Estoy con una mina y no miró a ninguna otra, por muy camión con acoplado que este. Estoy en un boliche y me interesa más el martini que el strapless. Paso de Once a Palermo y no noto diferencia alguna. Ahora me joden los colectiveros que chiflan, los tacheros que tocan bocina, los obreros que piropean gansadas. Si una mina se agacha a atarse los cordones, paso de largo. Si me tengo que parar adelante de alguien en el colestrivo, elijo a las viejas chotas que pagan ochenta centavos para hacer cuatro cuadras en vez de un buen escote. Dejé de usar anteojos de sol adentro de los negocios de ropa. Dejé de tirarle lances a la chica del kiosco, la chica del super, el minón de la peluquería...
No se. ¿Me parece a mi, o antes pensaba sólo con la otra cabeza?

No hay comentarios.: