
En el medio del despiole, se ve que entre pase y pase todos nos olvidamos del timón. Terminamos todos varados un mes en altamar: yo, Carlos, Fender, Roby, el Facha, Mimí, Sandy, Chimpo y Raska Tronik. Hasta que un día Carlitos gritó "¡Tierra, boló!", y llegamos al Líbano. Decidimos arrimarnos a ver qué onda, porque ya estábamos podridos de caviar y yampán francés. A ver si se podía conseguir un poco de rúcula en Asia. Ya acercándonos nos empezó a parecer un sueño, esa ciudad llena de pardos corriendo para todos lados. Nos fascinó, pero mal.
Dejamos el iot en el docke y nos instalamos en un hotel cinco estrellas que hay sobre la rivera. Y juro por Ateín que no nos dejamos un gusto sin dar. Beirut tiene todo lo que gente como uno puede desear: palmeras, musgo y monos por todos lados, naturaleza mezclada con ciudad, fuegos artificiales a la noche, gente que parece tan ocupada corriendo de un lado a otro que no incomoda a los turistas para náh, y hasta un obelisco propio, con forma de misil no explotado clavado de punta en la Plaza Central. El hotel estaba vacío, así que supusimos que era autoservice y qué después nos iban a venir a cobrar los cuartos y el mini-frizer. Al principio pensamos que los del hotel eran un poco estrafalarios, no exigiéndote nada de entrada, pero toda la ciudad es así. Beirut, para Chimpo y para mi, fue la primera experiencia en Medio Oriente, y la volvería a repetir cuantas veces se pueda. ¡Todo es gratis! Uno agarra las cosas de las casas, de las vidrieras de los negocios, usa los autos, se roba teles de plasma... ¡y la gente de allá ni se mosquéa, boló! A nadie le importa. Andan todos como locos, hablando en chino, y ni te

Con la troupe nos quedamos una semanita y yo ya ando con ganas de volver. Si alguien se quiere prender en el nuvó voiay, que avise.
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