08 noviembre 2005

Cuestión

Estuve almorzando abajo de la autopista y me queda media hora hasta mi próxima operación, así que blogueo como un forro. A quienes no les gusta que un colgado les explique mal cómo es el mundo, salteen por favor este bodoque insufrible y aprecien el resto del blog, que es oro puro.

Me colgué mirando el toro, aquel barril de metal caliente que huelga tenso de cadenas indefectiblemente chirriantes, como esperando que alguien lo dome. Rememoro un espacio mío, nuestro, de la gente chica, nosotros que antes de los 10 años no teníamos mucho lugar propio y después, tampoco. Acá podíamos jugar, correr, tirarnos al piso, empujarnos, caernos, rasparnos y levantarnos, además de competir. Las pocas ocasiones en que uno se podía declarar realmente victorioso en un mundo relativamente dominado por la tierna y férrea mano adulta. Una mano que con el tiempo va dejando de apretar prejuicios y ajustar valores, para pasar a idolatrar hasta un punto tan absurdo al libre albedrío que lo siento perfilarse como el paradigma de una época tan estúpida como la que buscaba, a través de la masacre, la conquista del cielo. Los chicos ni juegan en grupo, ni hacen caso como antes, ni los tiempos son lo que eran, ni patatín, ni patatán. Frases hechas hace tanto que nunca tuvieron sentido. Hay que reconocer evidente la laxitud de las restricciones a las que es sujeta la nueva infancia tanto por parte de padres que laburan como de padres que no. Hay una suerte de "sálvese quién pueda" que ronda el núcleo familiar, núcleo que la derecha enarbola y que hasta la izquierda más revolucionaria añora. Estoy escribiendo un eón tarde el epitafio de la familia como institución, para asombrarme como si fuera un enajenado ante el predominio de la transitoriedad en los lazos sociales. A todo hay que mirarle el lado bueno, como pide el Chavo, el pibe de barrio más sabio que conoció mi frágil mente en su momento y cuyas frases hechas son ahora axiomas de mi aborrecible sentido común (aunque las más de las veces sean reglas sin consecuencias en mi accionar, sino todo lo contrario). Un desinterés tal en la forma de contactarse, de cuidarse, de enojarse (actividad indispensable para la manifestación del amor) y, principalmente, de criarnos de generación en generación, tal vez acarree las catástrofes que viene augurando el alarmismo reaccionario. Sin embargo, haciendo uso de escasa observación, ínfima participación y nula reflexión (sin contar con la ausencia absoluta de originalidad que el lector podrá observar desborda de este coloquio), podría también suponerse que el cambio implica una transformación en los objetivos (o funciones o como quieran llamarlo los teóricos) de la sociedad toda. El único pensamiento que cruza este, mi humilde marulo, es que la realización personal ha conseguido primacía entre los diferentes engranajes que hacen avanzar a nuestra especie. Dejar que los chicos se las arreglen solos (o que se las arreglen con otro) puede no tener que ver ni con el tiempo que se les dedica, ni con la actitud que se toma, ni con la tele ni ninguna otra influencia frecuentemente mal catalogada como diabólica. Puede tener que ver, en cambio, con la realización personal que implica tener que tomar decisiones, o aceptar y cumplir responsabilidades desde los 3 años. Nada de tiempo perdido, de tedio improductivo, de ocio creativo, de reflexión sin curso, de imaginación sin guía y de sueños diurnos. El tiempo de este mundo, que el Iluminismo nos ha heredado, es nuestro ahora para aprovecharlo al máximo y para intentar hacer mella en los atiborrados álbumes de la historia. En todo caso, la mucha gente mediocre siempre encuentra formas despreciables de justificar la huida del éxito a través de la exaltación de la ausencia de fracasos evidentes. El conformismo se vuelve deseable. La superación individual, con su renovado hálito de bifurcación entre el ascenso social y la iluminación interior del espíritu (entidad que mantiene una fe algo abstracta ya), se vuelve algo tan etéreo e indeterminable, un progreso de reconomiento inevitablemente póstumo en el caso de quienes no brillan en el estrellato mediático, que estamos tan lejos del Edén en vida como lo estaban del Edén en muerte los mismos crédulos medioevales que nos generan tanta ternura. He dicho.

Dr. Forro... digo, Vaporeso.

PD: Estos párrafos son pasajes de La Santa Biblia malinterpretados. Quien antes de la PostData haya reprobado lo que en ellos se enuncia, arderá en el infierno. Lola.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vieron que Pol Macarni les cantó a los astronautas?
Qué más felíz que soy!!!

Ah, doctor todo lo que dice es cierto, salvo esta verborragia incontenible que me deprime más que saber que no van a hacer la película del que no mató a Ringo.